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Por Cristina Soriano

Algo debe tener, porque engancha.

En todo el tiempo que llevo enseñando siempre he pensado que la mejor manera de aprender música es haciéndola. Por eso, ante la propuesta de participar en Proyecto Luna no me lo pensé. No veía mejor forma de que mis alumnos experimenten la música que formando parte de un gran espectáculo desde dentro, desde el escenario, siendo protagonistas, y no entre el público, como están acostumbrados

Y es que Proyecto Luna es mucho más que un cuento. Es el fruto de un duro trabajo realizado durante todo el curso, en el que se educa a los niños, no sólo en su formación musical, sino en la actitud ante un espectáculo en el que todos los detalles son importantes, en la corrección para salir y entrar ante un público que nos está mirando, en la importancia del trabajo en equipo, en la responsabilidad que cada uno de ellos tiene de desempeñar bien su papel, en la disciplina y la necesidad de seguir las indicaciones de un director para que todo funcione, en el respeto hacia las dificultades que puedan tener sus otros compañeros.

Porque en Proyecto Luna todo el mundo cabe. Y ése es, para mí, su mayor éxito.

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Está diseñado de tal forma que todos tienen su sitio. Aquí lo importante no es poder, sino querer. No importa de dónde vengan o qué problemas puedan tener. En sus tres ediciones he tenido la oportunidad de trabajar para el coro con niños de muy distintos lugares, condición social y posibilidades. Niños de la capital o de pequeños pueblos de sierra, con grandes voces o sin ellas, con problemas de conducta, síndrome de Down, parálisis cerebral, síndrome de Asperger, hiperactividad, niños en riesgo de exclusión social… Pero todos tenían un fin común: la ilusión de poder participar en algo que nunca hubieran imaginado si no hubiera sido gracias a Proyecto Luna.

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Aunque esto no sólo ocurre en el coro. Sus compositores saben para quién escriben y lo hacen de manera que alumnos de todos los niveles puedan participar en su orquesta. Oportunidad que no todos tienen, ya que nuestro actual sistema educativo no favorece mucho que los aprendices de músico puedan rodearse de músicos para hacer algo juntos y aprender aún más. Es emocionante ver a niños tocando su instrumento como personitas mayores, con un interés y una entrega propia de un profesional.

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Se completa el espectáculo con la danza, aportando el color y el movimiento, dando vida al cuento y las canciones, desde los bailarines más pequeños hasta los más mayores de los alumnos de las escuelas.

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Se vuelve a evidenciar, así, el poder transformador e integrador de la Música en todas las dimensiones de la persona, tenga la edad que tenga y venga de donde venga.

Es estremecedor el momento de salir al escenario donde se han celebrado grandes y multitudinarios conciertos, y dejar de ser uno sólo para formar parte de algo mucho más grande, siendo conscientes de que el papel de cada uno de ellos es tan importante como el de todos los demás. Todo ello ante la fascinada mirada de un público que no puede creer que aquello sea posible. ¡Pero si son niños!

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Por eso, porque son niños, está en nuestras manos facilitarles el que puedan vivir esta experiencia al menos una vez, porque estoy segura de que esa vez les dejará huella.

Ahora que arranca esta cuarta edición de Proyecto Luna, animo a todos los profesores que os habéis decidido a participar, a no desaprovechar ni una de las oportunidades que este proyecto os ofrece. No penséis que sólo es salir a cantar, o a tocar o a bailar. Sacad de vuestros alumnos lo mejor que tengan, porque tienen mucho más que ofrecernos de lo que muchas veces les creemos capaces.

Me siento muy orgullosa de poder formar parte de esta extraña familia, y ésta es mi forma de agradecérselo a su director, que tuvo la valentía de lanzarse al vacío con esta aventura, y a todo el fantástico equipo de profesores y colaboradores que se fiaron de él y le siguieron a ciegas. GRACIAS….

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